viernes, 26 de diciembre de 2008

112

El sonido de las sirenas hace temer lo peor. En plena Plaza de Callao aparca la ambulancia y los técnicos del SAMUR bajan a toda prisa por la entrada del metro. A los pocos minutos suben un cuerpo que parece tener un hilo de vida en la camilla cubierto por una manta térmica. Antes de llegar a la UCI móvil hacen una parada para reanimar al cuerpo. Pero no, por mucho que lo intentan los sanitarios allí presentes, no consiguen volverlo a la vida.

La gente se arremolina. Entre ellos está Sergio, un joven periodista de calle que, libreta en mano, está dispuesto a ‘cazar’ toda la información necesaria para poder dar parte ‘in situ’ en la crónica de sucesos que todas las mañanas le toca preparar en la sección local de su periódico.

Aquel mismo parte que preparaba para su crónica podía ser un caso interesante para el reportaje que estaba preparando para un próximo dominical. Podría ser el punto de partida para el reportaje acerca de los muertos anónimos que recoge la morgue y que no son reclamados ni identificados por los familiares cercanos.

El cuerpo no presentaba identificación alguna, el aspecto físico un tanto ajado, sucio y descuidado, el carrito de la compra cubierto de un sinfín de capas de mugre que habían subido los técnicos del SAMUR por las escaleras, las J’hayber del número 43 que portaba aquel cuerpo diminuto. Todo aquello indicaba que tardarían en identificar el cuerpo. Y así fue. Seguí el caso de cerca y tras dos semanas de larga espera, los funcionarios del Ayuntamiento sacaron al cuerpo de la morgue y lo condujeron hacia los nichos del Cementerio donde lo cubrieron con una sencilla lápida de mármol donde se leía 112.

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