sábado, 3 de enero de 2009

SU NOMBRE, SHEILA

A pesar de llevar 8 años llevando la viudez con la máxima de las dignidades posible siempre deseé que la vecina del primero pusiera su mirada sobre mí.

No recuerdo bien el instante en el que se produjo la explosión química de nuestros cuerpos, pero sí recuerdo el día que lo desencadenó.
Allí me encontraba yo, colgando la ropa en el volador, como cualquier día que me toca hacer la colada pero la casualidad hizo que se me cayera uno de mis boxer al patio de la comunidad.
Después de haber intentado recuperar, con el gancho de pequeños arpones mi ropa interior, y ver que era imposible, decidí bajar a su casa con la vergüenza de quien sube por primera vez a invadir la cama en burdel de carretera.
Al picar en la puerta pude escuchar como se iban aproximando unos tacones de fondo hasta que se abrió la puerta. Iba vestida con un ligero vestido de raso blanco, los labios rojos carmín y el pelo rizado suelto cual leona en pleno momento de celo.

No me pude contener y, a pesar de mis 58 años en la espalda, tuve una actitud de bisoñez adolescente. Una erección rápida y, sin mediar palabra, acorté el espacio vital entre sus labios y los míos, y mis manos asieron sus caderas como aquel que se agarra a una tabla de salvación en un mar de tempestad.
El tortazo que recibí no tiene palabras para poder ser descrito, pero como todo aquel que pone precio a sus servicios, Sheila me acercó una tarjeta con el número del móvil y con los servicios que ofrecía al precio mínimo de 60 €.

P.D: Recuperé los boxer y todos los primeros lunes de cada mes gasto un dinero extra para cubrir las necesidades primarias junto al aliento de ella.

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