domingo, 13 de septiembre de 2009

NOCHE DEL 36


La noticia se había corrido como la pólvora. Rosa sería sacada del calabozo junto con otras once personas más al amparo de luna y bajo la niebla que cubría el pequeño recorrido que había desde sus celdas hasta el remolque del Hispano-Suiza que esperaba en el patio central.
En sus caras había pánico por el desconocimiento al viaje que iban a emprender. Todo aquel miedo contrastaba con la soberbia de los guardias que, rifle al hombro, custodiaban a aquella docena de presos rumbo al destino marcado dentro del sobre lacrado que había sido entregado al sargento de turno.
Las puertas del cuartel se abrieron de par en par al sonido de cerrojos oxidados y madera carcomida por la humedad. La escena de la salida del camión fue contemplada por curiosos que les recriminaban sus actitudes con gritos ahogados de “¡Muerte a los asesinos!”. Gritos que tenían el único fin de no ser reconocidos por el bando enemigo o, como algunos allí presentes, ser incluidos dentro de los fervientes seguidores nacionalistas.
Mila, la hija pequeña de Rosa, con apenas 4 años logró zafarse de la mano de su tío y correr tras el camión lanzando gritos pueriles que lograron romper el silencio de aquel remolque.
El camión frenó y cuando Mila llegó a su altura alargó su pequeño brazo todo lo que pudo para tocar levemente las manos que tantas veces le habían guardado en sus noches de sueño.
El camión arrancó motores y bajo aquella luz difusa se perdió.

Hoy Mila, tiene 73 años y las cenizas de su madre junto a ella...al fin juntas.

1 comentario:

cal_2 dijo...

cierto o no, es tremendamente triste, pero historias así hay a millares. Tal vez de todas las últimas que he leido, la que más me impresió fue la de aquel pueblo que a los " rojos " los enterraron bajo la calle principal del pueblo, para que todo el mundo pisase hasta su recuerdo. Es injusto que olvidemos historias asi.
Y gracias por volver.