martes, 15 de septiembre de 2009

UN GOLPE DE SUERTE

El despertador sonó a las 7.00 AM con la voz de Francino. Noticias frescas. En una localidad de apenas 250 habitantes había caído el premio más gordo de la historia de la lotería.

A las 10 de la mañana, el pueblo se había hecho eco del notición. Estelita, la lotera que gestionaba la tienda de ultramarinos, donde se podía tomar un chato o comprar desde unas sandalias de río a unos arenques a granel, fue la que selló el boleto.
Ella comenzaba a hacer sus elucubraciones en cuanto a quien o quienes podían ser los afortunados. Los podía contar casi con los dedos de las manos, dado que su carácter agrio no daba pie a los vecinos a confiar su suerte a una vieja amargada y preferían hacerlo en el pueblo vecino el día que se celebraba el mercado.

Los días pasaban y apenas se observaban cambios más allá de la rutina. De vez en cuando se pasaba algún comercial del Santander o de la Caja Rural para interesarse por aquella curiosa fortuna aún por descubrir pero el devenir diario transcurría igual que siempre entre la siembra, el paseo y la partida de dominó acompañada de la correspondiente copa de Carlos III.

Los rumores apuntaban al Colorao, en pocos días había dado un cambio repentino en su forma de ser. Se echaba colonia e iba a jugar la partida de punta en blanco. Es más, llevaba puestos los zapatos con los que enterró a su padre y que sólo sacaba para contadas ocasiones.

Casualidad o no, el Colorao había tenido la suerte de su parte. Había echado un boleto que tantas y tantas veces le decían que no tocaría, pero él estaba seguro de que llegaría el momento en que los números se pondrían de su parte y formarían el rosario de bolas ganadoras. Y el día llegó.

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