lunes, 9 de agosto de 2010

TRI - 3 - III

Susana llegó a casa rota de dolor. El rímel corrido marcaba el camino de sus lágrimas y nada más verme se abalanzó sobre mí intentado explicarme lo ocurrido.
No lo podía creer. Susana había sido violada en el cuarto de calderas a manos de quien se veía protegido por el anonimato de su pasamontañas y con la casi seguridad de no dejar restos orgánicos que le pudieran delatar ante la brigada científica.
El forense no pudo detectar restos orgánicos de ninguna clase. Ni pelos, ni saliva...sólo el testimonio que mi hija pudo realizar ante el grupo especial de policía dedicado al efecto. Cuarentón, de voz grave, del sur peninsular y una característica especial. Los testículos que el violador rozó una y mil veces sobre su cara de mi niña debían de ser un caso excepcional de la naturaleza, una triorquidea.
Según dicen mis colegas en los congresos de cirugía genital, son casos que se saben que existen pero que casi con toda seguridad no verán pasar por sus manos dado que no producen disfunción de ninguna clase.

Yo tuve suerte, dos años después a lo sucedido, acudió a mi consulta de la C/ Fuencarral un tipo que quería hacerse una cirugía para colocar una prótesis en el pene. Un preoperatorio y una operación que no excedería de una hora y media sería suficiente para mejorar la autoestima de aquel tipo cuarentón , voz grave, acento del sur...y una triorquidea.
El paciente firmó los papeles de consentimiento para la operación y, como buen orador, le convencí para realizar aquel proceso en unos quirófanos con la última tecnología para tal efecto.
Comenzó la disección, y mi bisturí trazó otro patrón al marcado inicialmente. La disminuida masculinidad quedó transformada en una vagina a la que desde ahora podría someter a las aberraciones a las que había sometido a las decenas de mujeres que pasaron por las manos violadoras del triorquideo.

1 comentario:

cal_2 dijo...

Esto si que es fuerte ¡¡. Me alegra volver a leer algo tuyo, hace mucho que no escribias. Un abrazo