domingo, 12 de septiembre de 2010

PIS A DESTIEMPO

Eran ya las 3.15 am cuando veníamos de boda por una de esas carreteras secundarias que unen los pueblos más escondidos de la geografía nacional. El X5 recién estrenado para la ocasión ponía a prueba los amortiguadores, las luces de xenón y todos los extras que habían pasado a formar parte de una nueva hipoteca para los próximos 5 años.

Míchel tenía la risa floja. Los cubatas de última hora le habían hecho abrir el tarro de las esencias de la tontería. Era el solterón de oro. Iba de copiloto dándome conversación mientras Lucía, mi mujer, dormía la mona tumbada en la parte de atrás. Un bache hizo que nuestra vejiga tomara protagonismo y pidió que parasemos en una cuneta de esas llenas de cardos y brozas junto al hito del km 11. La luz y la sombra que proyectábamos nos permitía jugar con los caños de orín y dibujar sobre el suelo impresiones abstractas y efímeras.
Terminados nuestros asuntos y con las mismas nos subimos de nuevos en el coche.

Camela y los berridos del dúo cebolleta eran la banda sonora de la ruta de vuelta. Todo iba bien, perfecto hasta que en la entrada de la ciudad llamé a Lucía. No respondía. Miré hacia atrás y mi mujer no estaba. Solamente su bolso, su móvil y el vacío del espacio que había ocupado.
Míchel tampoco daba crédito a aquel misterio. La congoja pudo con nosotros. Ni música ni nada. Dimos media vuelta y emprendimos el camino andado hasta el hito del km 11. A las 10 de la mañana sonó mi móvil. Era Lucía. Se encontraba en Villamartín en casa de un matrimonio de jubilados al que había llegado casi a las 8 de la mañana tras cruzar las eras y las tierras de los oriundos de Tierra de Campos.

Ella también bajó a mear.

1 comentario:

cal_2 dijo...

jajajaja, me ha divertido mucho...imagino que la pobre que se quedó abandonada no pensaria lo mismo. Me encanta leer tu relato tan recien salido del horno...