Persiana arriba, nadie fuera: día gris, lluvia
intermitente que repiquetea y apremia. Recuerda, aún estamos en cuarentena.
Hoy ya cuarenta días.
La ducha se suma al fluir de la lluvia y entra en sintonía,
un todo armónico... sensación de frío. Solo un secado enérgico logra templar el cuerpo.
Suena el timbre; quizás haya sonado antes. Suena de nuevo
insistente, rabioso.
La toalla me protege camino de la mirilla aunque soy consciente de que mis desnudos pies van dejando huella. Algo rasca la puerta con saña. Acerco el ojo, una figura oscura, etérea, vaporosa, se aleja
escalera arriba con movimiento hostil.
Sigo a la escucha. Vuelve desde lo oscuro, su blanquecina faz, sus vacías
cuencas, hacia mí y atisbo una macabra sonrisa. Petrificado contra la pared, sin mover un músculo, escucho y
oigo el timbre en el piso superior, la puerta, un balbuceo entrecortado de
palabras, noo! nooo!, Un zasss seco y un grito abortado.
Silencio!
Espantosos segundos, golpes sordos, apagados, en la
escalera.
Desencajado llegó a ver a la misma muerte arrastrando,
tirando convulsa mente de las piernas, al vecino de arriba. Su cabeza golpea
sordamente en cada peldaño con gesto desencajado y horrible mueca.
Caigo desmayado, no se cuantos minuto. Un ruido de sirenas,
trajín de ambulancia, un nuevo muerto por el Covid19.
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