De nuevo aquí sentado, con poco que decir y mucho que
sentir. Hemos llegado a la última estación de este inesperado viaje. Separamos
nuestros caminos. Toda una vida al pie del cañón, dándolo todo por los demás y
relegando a un segundo plano las necesidades propias.
Un estado de alerta, de esos que solo parecen títulos de
película, ha entrado en nuestra vida sin preguntar, como un elefante en una
cacharrería, repartiendo angustia a diestro y siniestro y sin pedir permiso a
nadie.
Contigo pasó lo mismo que con tantos miles, fuiste a ver
a tu equipo del alma, como fiel seguidor, con tu bufanda rodeando el cuello y
aquellos pines añejos que atravesaban la camiseta comprada ya hacía unas
cuantas temporadas. Llevabas con orgullo aquel sentimiento inexplicable que
solo provocaba tu equipo. Allí, en aquella ciudad infestada por un virus
importado, de quién sabe qué, se mascaba la tragedia o la victoria del pase a
semis.
Tu cara a la vuelta lo decía todo, eras pura emoción. Tenías
tu propio “cuarteto titular” a modo de eje medular, endorfinas, serotoninas, dopaminas
y oxitocinas, un equipo perfecto para animar a cualquiera que estuviera a tu
lado. Ese eras tú. Dispuesto a dar todo y a recibir nada. Una nada que te acompañará
en tu último adiós pero que no estará sola, sino acompañada por alientos de
victoria y ganas de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario