Poco a poco fue adquiriendo forma.
El perfil cervantino dibujado a golpe de pluma era el calco real de su perfil
hidalgo en pleno siglo XXI.
De
porte alto, perfil aguileño y estructura enclenque caminaba envuelto por
ropajes a medio camino entre la moda de la transición y la movida madrileña.
Con
un 48 de pie embutido en unos zapatos de pico, de color burdeos y rozados hasta
la saciedad, caminaba todo chulapo Montera abajo. A grito
de guapo saludaba con su sombrero fedora a las
chicas del mal vivir que se agolpaban a cada saliente. Se movía con su
Rocinante, un mil leches vivo como él solo que no permitía que ninguna de
aquellas lagartas le intentaran echar el guante para hacer lo que ellas
llamaban limpieza de bajos. Unos agudos ladridos las ahuyentaban, pues bien
sabían, que por mucho limpiar los bajos no había nada que rascar.
Llegado
a la Puerta del Sol, el hidalgo se quitó el sombrero, miró al reloj de la torre
y, sacando la corona, se dispuso a colocar las manecillas en hora. Así día tras
día, a sabiendas de que por mucho que lo intentara aquel Longines ya
dio todo lo que tuvo que dar.
Hoy,
como 35 años atrás, la Pensión Loles sigue reservándole una habitación de 15
metros cuadrados que, sin saber, se paga mensualmente de forma puntual a pensión
completa.
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